Fernando Molina, desde La Paz *
La salida clandestina de Bolivia del senador Roger Pinto, buscado por la justicia de su país pero con asilo en Brasil (al que no podía acogerse por falta de salvoconducto del Gobierno de Evo Morales), ha precipitado una crisis en una de las instituciones diplomáticas más respetadas de Latinoamérica: Ytamaraty, que es como se conoce a la Cancillería brasileña, cuyo jefe, Antonio Patriota, renunció al puesto de Canciller y fue trasladado a la embajada ante la ONU.
Pinto pudo salir de Bolivia gracia a la ayuda del encargado de Negocios de la embajada de Brasil en La Paz, Eduardo Sabóia, quien hasta el pasado viernes había tenido que trabajar 452 días con este senador encerrado en un cuarto a lado de su oficina en la embajada. Según declaró a la prensa, Sabóia, harto de la falta de acción de Ytamaraty en este caso, decidió de moto proprio sacarlo en un auto oficial y con escolta a través de la principal carretera boliviana, en un viaje de 22 horas que terminó, en la ciudad brasileña de Corumbá, con el encuentro de Pinto y los parlamentarios brasileños que habían propiciado su asilo un año antes, y que lo estaban esperando. Al mismo tiempo, sin embargo, el viaje sorprendió al Patriota y a la presidenta Dilma Roussef. Por eso Ytamaraty ordenó una investigación sobre la actuación de Saboia. Rechazó que sea un opositor a la Presidenta y atribuyó su acción a motivos humanitarios. “Si se tiene una situación límite, uno tiene que tomar una decisión. Yo la tomé porque había un riesgo inminente. El senador estaba a un paso del suicidio”, declaró a la Folha de S. Paulo.
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Sabóia, quien acompañó a Pinto durante el viaje, estaba a cargo de la embajada en Bolivia a causa del remplazo del embajador Marcel Biato, quien fue removido por presión del Gobierno de Morales, el cual se tomó muy mal que en mayo de 2012 Biato hubiera aceptado refugiar a Pinto en su legación, admitiendo el argumento de que, al estar éste sometido a 14 juicios penales simultáneos, debía considerarse un perseguido político. En ese momento, Pinto era uno de los más duros críticos de Evo.
La gravedad de la iniciativa de Sabóia puede aquilatarse tomando en cuenta que pocos meses atrás la justicia brasileña había rechazado la solicitud de los abogados del senador boliviano, que en ese momento seguía atrapado en la embajada, de concederle legalmente lo que al final el diplomático de 44 años le dio de facto y por “inspiración de Dios”, según declaró, es decir, una forma expedita de escapar sin el imprescindible salvoconducto boliviano.
La renuncia de Patriota de la Cancillería refutó la teoría que había empezado a imaginar la oposición boliviana, para la cual habría sido el Gobierno de Brasil en pleno el que, “rescatando” a Pinto, le recordaba a Morales que la insolencia con el país más poderoso de Sudamérica no es gratis. La renuncia también refuta otra hipótesis, aun más complicada, que supone un acuerdo secreto entre ambos países para superar de este modo una situación que no podían resolver por las vías convencionales, ya que Bolivia no pensaba retroceder de su negativa a dar el salvoconducto a Pinto, y Brasil no podía entregar al senador luego de haberle dado asilo.
Como argumenta Sabóia, lo ocurrido allana el camino para que Brasil nombre un nuevo embajador en Bolivia que inicie una nueva etapa en las hasta ahora muy complicadas relaciones entre ambos países. El Gobierno boliviano, que no ha reaccionado con mucha dureza, parece dispuesto a que así sea.
Según algunos analistas brasileños, el incidente fue la gota que rebalsó el vaso de la impaciencia de Rousseff con la forma en que Patriota manejaba su ministerio. Al parecer no sólo había poca empatía entre éste y la Presidenta, sino que Rousseff estaba preocupada por la creciente pérdida de control del cuerpo diplomático, que en los últimos años, a fuerza de exceso de poder y altos salarios, había ido perdiendo la disciplina estratégica que lo convirtió en ejemplo y envidia de los encargados de asuntos internacionales del continente. Sabóia probó este punto.
* Columnista de Infolatam, El Deber y Página 7, ganó el premio Rey de España de periodismo hispanoamericano en 2012 e el premio de Conservación Internacional al mejor reportaje sobre biodiversidad, entre otras distinciones. Fue subdirector del diario La Prensa, director del semanario Nueva Economía y del semanario Pulso. Autor de varios ensayos políticos y económicos, y de numerosos artículos publicados en medios escritos y digitales de Bolivia y de Chile, España y México.